CONTOS E MINICONTOS – El monasterio por Andrea Ríos

CONTOS E MINICONTOS – El monasterio por Andrea Ríos

 Camila tomo del brazo a su amiga y susurrándole al oído le dijo que aún podía
regresar con ella. Cuando la religiosa se dio cuenta de estas conversaciones,
se aproximó a Miriam y le dijo que era un lugar muy tranquilo, había más de
seis habitaciones y solo una de ellas estaba siendo ocupada por un huésped. Esta
última información sobre el lugar, lejos de dar tranquilidad a Miriam, la dejo aún
más nerviosa, se dio cuenta que estaría lejos de la parte central del Monasterio y
lejos de toda comunicación, pues ni señal en su celular tendría.

 Las amigas fueron a dejar la maleta a la habitación y al cerrar la pesada reja
de fierro, Miriam sintió que pasar la noche en este lóbrego lugar, sería la peor de sus
decisiones, pues algo la inquietaba. Camila conocía bien a su amiga y aunque esta
le dijo que estaría bien, no creía que Miriam se fuera a sentir muy cómoda en ese
lugar, estaría aislada y con personas extrañas que prácticamente no le hablarían. Le
pidió que tuviera cuidado y que le avisara aunque fuera con el jardinero que vivía
en el pueblo y a quien ella conocía de vista. Ambas quedaron de verse al otro día
en la tarde por si algo hacía falta, o por si ya quería retirarse del “Monasterio Santa
Cecilia”.

 Miriam era una escritora de novela negra, su editor estaba esperando la entrega
del manuscrito de su próximo libro, así que debería avanzar en su trabajo. Miriam
ingreso a su cuarto, dejo los bolsos sobre la cama y vio que el único adorno era una horrible
cruz de madera en la pared, al centro de ella un Cristo sangrante.

 La habitación se veía cómoda pero no tenía televisor, ni radio, ni menos conexiones
a wiffi. Su equipamiento era básico, un pequeño baño con ducha y la cama
con un cobertor de color blanco, en general todo estaba muy aseado, al costado
había un antiguo escritorio de madera que tenía una biblia sobre él. Miriam dejo su
notebook y se detuvo a observar el lugar, vio que no estaba completamente remodelado,
pues el acceso a los dormitorios tenía un piso de cerámica muy antigua. El
techo era alto y oscuro, las paredes necesitaban algo de pintura pues su color era
más bien opaco, las puertas de los dormitorios parecían sacadas de algún cuento de
espanto, al abrirse sonaban las bisagras sin aceitar, todas tenían ojo mágico para ver
quien tocaba desde el exterior. Por las noches se escuchaba el sonido del agua que
venía desde una antigua acequia, la que aún ocupaban para regar los árboles y las
hortalizas.

 El descanso de Miriam, fue interrumpido por el citófono del Monasterio,
su única conexión con las religiosas, la llamaban a cenar, pidiéndole que no se
retrasara. En el comedor solo una de ellas se dedicaba a atender a los huéspedes, el
resto de las religiosas se mantendría en aislamiento.

 El único momento del día en que podría verlas a todas reunidas, era durante
las misas, las religiosas ingresaban y se retiraban de la iglesia por un acceso interior
al monasterio, esto para mantener su alejamiento de los creyentes. El comedor era
un espacio de austeridad, en sus paredes colgaba una cruz.

 La monja que servía la cena, era de pequeña estatura y tenía sus manos cubiertas
con vendas o algo así, le dijo que se quedaría sola en el comedor, pues ellas ya
habían cenado temprano. Miriam noto que la religiosa no la miraba, no sabía si esto
se debía a timidez o indiferencia, la comida que le sirvieron fue solo lo necesario
para no acostarse con el estómago vacío. Miriam sintió que había quedado con algo
de hambre, pero ni loca se atrevería a volver sola a ese oscuro comedor, así que trato
de conformarse con la sopa de ave y el trozo de pan que le entregaron.

Por ANDREA RÍOS

(CONTINUA)

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