CONTOS E MINICONTOS – En carne propia por Crist Tomas

CONTOS E MINICONTOS – En carne propia por Crist Tomas

El hombre se dirigía a su pueblo natal en un viejo bus local de aquella zona rural. Después de la muerte de su madre, él quedó como único heredero de la casa en la que vivió toda su infancia y como nunca le agradó aquel lugar, por la precariedad del poblado y el carácter altanero que siempre caracterizó a este sujeto, decidió poner en venta dicha vivienda.

El tipo descendió del bus y caminó hacia la pequeña villa que no era más que una calle con casas a los costados. El lugar parecía un verdadero “pueblo fantasma” puesto que no se veía un alma circulando, estaba totalmente abandonado y esa tarde de invierno, descendió una neblina que se situaba alrededor de las casas y no permitía ver claramente el entorno.

El sujeto, al llegar a la entrada de aquella alta residencia, con ventanas alargadas, de paredes grises por el polvo que el tiempo fue depositando, se percató que la puerta estaba semiabierta. Cautelosamente la abrió para asomarse y las bisagras comenzaron a rechinar, creyó que podría encontrar a alguien adentro, pero no divisó a nadie.  El interior estaba algo oscuro y en la sala sólo se encontraba un sofá frente a la chimenea, una silla de madera, una mesita de arrimo pegada al muro y una manta doblada sobre el suelo. De pronto se escuchó un ruido en uno de los cuartos contiguos al salón y al mirar a través de la puerta, divisó una sombra de un gato engrifado que intentaba arañar a un pequeño perro cachorro para evitar que se le acercara. El hombre quiso entrar en la habitación, cuando repentinamente ve que la sombra del cachorro comienza a crecer aumentando el tamaño de sus patas, de su cabeza, proyectándose un gran hocico con inmensos dientes y abultándose el lomo del animal en una protuberante joroba. El tipo se quedó paralizado cuando vio que el gato trató de huir de semejante monstruo, pero este se abalanzó sobre el felino atrapándolo entre sus colmillos y engulléndolo a mordiscos que, en cosa de segundos, lo devoró completamente. El sujeto estaba pasmado, cuando la sombra de la colosal bestia comenzó a reducir su tamaño hasta convertirse nuevamente en un tierno cachorrito. El pequeño can, miró al hombre y se acercó a él, pero este corrió rápidamente para salir del lugar y desafortunadamente la inmensa puerta se había cerrado en ese momento. Desesperadamente intentó abrirla, pero no había cerradura ni pestillo y estaba completamente blindada. Observó que extrañamente las ventanas tenían unos grandes barrotes de protección bien anclados a los muros y comenzó a buscar otra salida en la cocina y en las dos habitaciones contiguas, pero no existían más puertas en aquella casa. Quedó completamente atrapado y mientras revisaba cada rincón del lugar, el animalito lo observaba sentado moviendo su pequeña cola de un lado a otro.

El aterrado sujeto se detuvo frente a la puerta de la cocina y un antiguo recuerdo vino fugazmente a su cabeza… “Hijo, ¿quieres que te haga galletas de pera? – le preguntó su madre- ¡Pero mamá! ¡odio la pera! – le respondió agresivamente el muchacho- Pero hijo, la semana pasada te hice peras cocidas y te gustaron- ¡Pero no me gustan las galletas de pera! ¡quiero comer tarta de durazno! – Pero mi amor, en este tiempo no hay duraznos en el pueblo, tendría que ir a comprar los frascos de conserva que venden en el mercado que está a dos horas acá – contestó la madre angustiada – ¡Apúrate entonces que tengo hambre!”…  El hombre volvió a la realidad y comenzó a revisar rápidamente la despensa de la cocina para ver si encontraba algo que le pudiera servir para salir del macabro lugar. En uno de los compartimentos del mueble encontró tres torrejas de jamón que ya se estaban secando, al parecer alguien estuvo ahí hace poco tiempo y las había dejado. Siguió revisando la casa y en el baño halló una lima metálica para uñas, pensó que con ella podría cortar alguno de los barrotes de las ventanas, entonces buscó el fierro más delgado y comenzó a aserrarlo con la pequeña herramienta.

Al transcurrir unos minutos había avanzado muy poco en el desgaste del metal, pero en esas circunstancias no podía detenerse. Ya empezaba a hacer mucho frío y decidió romper la silla para usarla como leña en la chimenea, entonces sacó unos fósforos y encendió los trozos de madera. En ese momento, el cachorro se puso frente a él y comenzó a gemir, el tipo volvió a tomar la lima y continuó rápidamente cortando la protección de la ventana, pero el pequeño can se acercó y gimió cada vez más fuerte y molesto. El hombre se dirigió a la cocina, sacó una de las torrejas de jamón y, con cierto temor, se la arrojó al perro quien se la comió con gran satisfacción. En ese momento, el animalito miró al hombre unos segundos moviendo su cola, se dirigió hacia la manta que estaba frente a la chimenea y dio algunos giros sobre ella para acurrucarse a dormir. Aprovechó entonces de seguir trabajando para lograr cortar el fierro, el cual representaba la única alternativa para salir de esa espantosa pesadilla. Fue entonces cuando en su mente, lo asaltó otro recuerdo de aquella época en que vivió en la vieja casa… “Mamá ¿Qué cocinaste hoy? – preguntó el muchacho entrando a la cocina – Hice unas ricas lentejas, hijito – respondió su madre mientras revolvía la olla con el cucharon – ¡¡Pero si sabes que no me gustan las lentejas!! ¡¡yo quiero comer pollo!! – grita el joven enojado- Pero hijito, te hace bien comer legumbres, son muy saludables – ¡¡Quiero comer pollo ahora!! – vuelve a gritarle enfurecido el muchacho – pero si ya no nos quedan aves en el gallinero, hijo – le contesta la madre atemorizada por la actitud del chico – ¡¡Tengo hambre y quiero comer pollo ahora!! – le vuelve a gritar como un verdadero energúmeno agarrando la olla y volteándola sobre las piernas de la mujer” … justo en ese instante se quemó los dedos con el calor de la lima, la cual se había calentado demasiado debido a la fricción de los metales, llevándoselos instintivamente a la boca para enfriarlos. Sintió que tenía un par de ampollas en la piel, las cuales le provocaban un gran ardor y entonces fue al baño para echarse un poco de agua, pero el suministro estaba suspendido por el no pago del servicio.

Como ya había pasado casi un par de horas, el cachorro se despertó. El sujeto se quedó observándolo y nuevamente comenzó a gemir, lo ignoró un momento mientras arrojaba a la chimenea los últimos trozos de madera que quedaban de la silla. El animalito volvió a sollozar y como no lo tomaba en cuenta, empezó a dar agudos ladridos cada vez más seguidos y con mayor disgusto. El hombre, al ver que el enojo del insólito ser era incesante y progresivo, fue a la cocina y tomó otro trozo de jamón de la despensa, se lo arrojó al suelo y el cachorro lo devoró instantáneamente. El pequeño perro se fue a recostar a su manta frente a la chimenea, mientras el tipo siguió aserrando con la lima la barra de metal de la cual aún quedaba la mitad del diámetro para cortarla. Continuó utilizando la otra mano, puesto que los dedos de su mano diestra le ardían por las ampollas que se había provocado.  Cada vez más rápido y fuerte rozaba el borde de la lima por la ranura que se había formado, mientras en su cabeza se cruzaban imágenes de la época en que vivió con su madre en aquella morada, recordando las peleas que tenían debido a los reproches que le hacía por no llevarlo a vivir a la ciudad, por asistir a una escuela rural, por no decirle quien era su padre y por alimentarlo con comida polvorienta. Los movimientos de su mano izquierda eran torpes y poco productivos entonces continuó con su mano derecha que, a pesar del dolor, lograba avanzar mucho más rápido. De pronto, las ampollas de sus dedos se reventaron y el líquido se escurrió a través de la palma de su mano, su muñeca y su antebrazo, pero no se quiso detener lo que conllevó a esfacelar el tejido expuesto por la herida y comenzó a sangrar. Se arrancó un trozo del borde inferior de su camisa, envolvió la herida y continuó trabajando, puesto que faltaba sólo un tercio del barrote para atravesarlo. Repentinamente, se escucha el gemido del cachorro que otra vez se había despertado, pero ya quedaba tan poco para cortar la barra que no quiso cesar, el lamento del animal le traía a la mente el recuerdo de aquella vez que se marchó de esa casa y la imagen de su madre clamando para que no la dejara sola. El can se puso de pie gimoteando cada vez más fuerte, mientras los músculos del brazo del hombre ya estaban fatigados y su mano se comenzaba a acalambrar, el pequeño perro se acercaba emitiendo los desagradables sollozos y la respiración del prisionero se hacía más frecuente y enérgica, repentinamente los ladridos y gruñidos del cachorro se oían a sus espaldas, pero el obstinado sujeto sólo se concentró en cortar el barrote, el perro comenzó a jalarle la basta de su pantalón con el hocico lo que le recordaba a su madre ahogada en llanto aferrándose a sus ropas para evitar que se marchara. Cuando las sacudidas y los rugidos del animal se tornaron demasiado intensos, el hombre fue rápidamente a la cocina a buscar el último trozo de jamón que quedaba, pero desafortunadamente la puerta de la despensa había quedado abierta y una rata estaba comiéndose la torreja de cecina, el tipo se lanzó a atrapar al roedor, pero este escapó con el trozo de jamón entre sus dientes y se escabulló por un pequeño agujero en la esquina de la cocina. El hombre, arrodillado y quieto frente a la pared, escuchaba los graves y leves gruñidos del animal acercándose por detrás, entonces comenzó lentamente a girarse quedando frente a frente a la colosal aberración. Las babas caían entre los inmensos dientes y las comisuras de su gran boca, con el ceño fruncido, unos ojos profundamente negros, con un torso de gigantesco diámetro y un descomunal apetito voraz… y ahora ¿Cómo saciará el hambre de aquella bestia?

 

Autor Crist Thomas

Chileno

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