El Monasterio

El Monasterio

Era un día otoñal cuando Miriam llegó al terminal de buses, ya pasaban las cuatro de la tarde y se reuniría con su querida amiga Camila, juntas disfrutarían un café antes de emprender el viaje. Camila se ofreció a llevarla hasta el  “Monasterio Santa Ana” había que atravesar más de tres kilómetros y no había buses hacia el lugar. El único camino de ingreso no estaba pavimentado y para llegar tendrían que subir una desolada pendiente, así que el jeep de Camila vendría muy bien para el viaje.

El “Monasterio Santa Ana” era un lugar ideal para el retiro y la tranquilidad, Miriam ya había conversado con la madre superiora quien estaba a cargo. Estas monjas de clausura, no solo oraban, además se levantaban cerca de las cuatro treinta de la madrugada a trabajar, todas tenían una labor asignada y antes de la primera misa y de las vísperas, tenían todo organizado. Le daban un significado al lema de su congregación “Ora et Labora”.

El monasterio era conocido como lugar de oración, mantenía un pequeño espacio dedicado a la venta de productos elaborados por las religiosas, tales como, mermeladas, kuchen y algunas medallitas de San Benito, nombre de la orden a la que pertenecían. Una de las formas que tenían para sustentarse era el antiquísimo trueque, el que hacían con otros monasterios y de este modo entregaban algunos almuerzos para personas sin hogar. Como su fundador, Benito de Nursia, las religiosas se mantenían apartadas de las tentaciones de este mundo, llevando una vida de contemplación y de trabajo continuo. El Monasterio, pese a los años en que fue construido, se conservaba muy bien. Las religiosas eran conocidas por su belleza en el canto gregoriano, esto era lo que más gustaba a los habitantes del pueblo, información que ya conocía  Miriam sobre el lugar. Sin embargo, era extraña la relación que los lugareños tenían con el Monasterio, de noche nadie se acercaba y de día parecían sentirse cómodos con la antigua edificación, todos o la gran mayoría, asistían a sus misas, así que, durante el día había mayor movimiento en los jardines del recinto religioso. Tanta era la reticencia de aproximarse de noche, que si Camila no hubiera acompañado a su amiga, esta no habría encontrado quien la llevara y el único hombre que trabajaba a diario con las monjas, se retiraba puntualmente antes que cayera el ocaso.

Cerca de las seis de la tarde las dos amigas llegaron al antiguo Monasterio, bajaron del Jeep y estacionaron hasta donde podían llegar los vehículos, debían cruzar una espesa arboleda, esta terminaba en una antigua iglesia. Todo el lugar estaba en silencio, como si nadie supiera que Miriam llegaría, Camila comenzó a preocuparse por su amiga, pensó que si nadie aparecía, llevaría a Miriam a su departamento y al otro día insistirían. Camila le comentó a su amiga, que la puerta de la iglesia estaba entreabierta y quizás encontrarían a una religiosa al interior. Todo estaba en oscuridad, no había más ruido que el que ambas hacían y al interior de la añosa iglesia, no se encontraba ni una sola alma.

Las amigas se sorprendieron, pues vieron frente a ellas a dos monjas, se encontraban de pie justo en la entrada principal, sin duda aquel lugar tenía muchos accesos. Miriam sintió que le volvía el alma al cuerpo y la madre superiora se mostró amable con ellas invitándolas a ingresar. La monja se veía  mayor y su rostro mostraba gran seriedad, pero se notaba con mucha agilidad para su edad. Les indicó que a las siete de la tarde era la cena y a las nueve ya estaban todas en sus cuartos o celdas y también los huéspedes deberían seguir estas instrucciones. Posteriormente, les mostró cual sería el lugar donde se alojaría Miriam, en ese momento la escritora sintió cierta incomodidad y ganas de no pasar la noche en el Monasterio, todo era tenebroso y de un silencio excesivo. Para llegar a su habitación, la escritora debería seguir un camino hacia el fondo de una antigua iglesia, en la entrada del lugar, había una antigua placa que indicaba que había sido construida en el año 1620 y ahora estaba refaccionada como hospedaje.

Camila tomo del brazo a su amiga y susurrándole al oído le dijo que aún podía regresar con ella. Cuando la religiosa se dio cuenta de estas conversaciones, se aproximó a Miriam y le dijo que era un lugar muy tranquilo, había más de seis habitaciones y solo una de ellas estaba siendo ocupada por un huésped. Esta última información sobre el lugar, lejos de dar tranquilidad a Miriam, la dejo aún más nerviosa, se dio cuenta que estaría lejos de la parte central del Monasterio y lejos de toda comunicación, pues ni señal en su celular tendría.

Las amigas fueron a dejar la maleta a la habitación y al cerrar la pesada reja de fierro, Miriam sintió que pasar la noche en este lóbrego lugar, sería la peor de sus decisiones, pues algo la inquietaba. Camila conocía bien a su amiga y aunque esta le dijo que estaría bien, no creía que Miriam se fuera a sentir muy cómoda en ese lugar, estaría aislada y con personas extrañas que prácticamente no le hablarían. Le pidió que tuviera cuidado y que le avisara aunque fuera con el jardinero que vivía en el pueblo y a quien ella conocía de vista. Ambas quedaron de verse al otro día en la tarde por si algo hacía falta, o por si ya quería retirarse del “Monasterio Santa Cecilia”.

Miriam era una escritora de novela negra, su editor estaba esperando la entrega del manuscrito de su próximo libro, así que debería avanzar en su trabajo. Miriam  ingreso a su cuarto, dejo los bolsos sobre la cama y vio que el único adorno era una horrible cruz de madera en la pared, al centro de ella un Cristo sangrante. La habitación se veía cómoda pero no tenía televisor, ni radio, ni menos conexiones a wiffi. Su equipamiento era básico, un pequeño baño con ducha y la cama con un cobertor de color blanco, en general todo estaba muy aseado, al costado había un antiguo escritorio de madera que tenía una biblia sobre él. Miriam dejo su notebook y se detuvo a observar el lugar, vio que no estaba completamente remodelado, pues el acceso a los dormitorios tenía un piso de cerámica muy antigua. El techo era alto y oscuro, las paredes necesitaban algo de pintura pues su color era más bien opaco, las puertas de los dormitorios parecían sacadas de algún cuento de espanto, al abrirse sonaban las bisagras sin aceitar, todas tenían ojo mágico para ver quien tocaba desde el exterior. Por las noches se escuchaba el sonido del agua que venía desde una antigua acequia, la que aún ocupaban para regar los árboles y las hortalizas.

El descanso de Miriam, fue interrumpido por el citófono del Monasterio, su  única conexión con las religiosas, la llamaban a cenar, pidiéndole que no se retrasara. En el comedor solo una de ellas se dedicaba a atender a los huéspedes, el resto de las religiosas se mantendría en aislamiento.

El único momento del día en que podría verlas a todas reunidas, era durante las misas, las religiosas ingresaban y se retiraban de la iglesia por un acceso interior al monasterio, esto para mantener su alejamiento de los creyentes. El comedor era un espacio de austeridad, en sus paredes colgaba una cruz.

La monja que servía la cena, era de pequeña estatura y tenía sus manos cubiertas con vendas o algo así, le dijo que se quedaría sola en el comedor, pues ellas ya habían cenado temprano. Miriam noto que la religiosa no la miraba, no sabía si esto se debía a timidez o indiferencia, la comida que le sirvieron fue solo lo necesario para no acostarse con el estómago vacío. Miriam sintió que había quedado con algo de hambre, pero ni loca se atrevería a volver sola a ese oscuro comedor, así que trato de conformarse con la sopa de ave y el trozo de pan que le entregaron.

De pronto la llamaron a misa, Miriam no tenía ganas de asistir, sabía que era invitada y que estaba bajo el escrutinio de la madre superiora, así que decidió llegar lo más rápido a la invitación. Cuando comenzaron los cantos gregorianos, el rostro de Miriam sintió un genuino alivio y su expresión se fue relajando. Aquel canto melódico, sin acompañamientos musicales, logrando ser emitido a una sola voz en latín, un canto primitivo y angelical, un canto medieval conservado hasta esta época. Algo que a Miriam le pareció sencillamente hermoso, aquel diálogo que se daba entre las religiosas y Dios. Los cantos pararon repentinamente y las monjas comenzaron a salir en completo silencio.

Miriam noto que ella y una señora mayor, eran las únicas invitadas en la iglesia, así que le sonrío y al salir se acercó a saludarla, las monjas decían que  era la madre de una novicia enferma. Noto que la mujer poco le faltaba para vestirse de monja, puesto que llevaba una falda que pasaba sus rodillas y no llegaba completamente a los tobillos, una blusa y sobre ella un gran crucifijo de plata, la falda era negra y su blusa era blanca, así que parecía que estaba uniformada. La mujer tenía el pelo canoso, muy corto y no se notaba muy simpática con la escritora, llevaba una especie de libro en las manos, quizá un libro de cantos religiosos.

Ya estaba todo oscuro y la temperatura había descendido, Miriam cerró su chaqueta y comenzó a  caminar con cierta dificultad ya que había poca luz. Pensó que debió haber invitado a la señora a caminar hacia el fondo del Monasterio, así se podrían haber hecho compañía, pero recordó lo poco amable que fue con ella y prefirió seguir sola. El lugar estaba muy silencioso incluso para un claustro, Miriam comenzó a divisar la antigua iglesia, lugar que ya no era sagrado. La sensación que sentía no era agradable y esto la confundía muchísimo, estaba en un lugar donde todo era oración y tranquilidad, pero seguía pareciéndole un sitio tenebroso y algo arruinado.

La joven escritora en un acto reflejo sacó su celular para llamar a Camila,  pero no logró comunicarse ya que no había señal. Tenía un temor irracional de que Camila, quizás no fuera a verla al día siguiente y entonces pensaba como saldría de ahí,  tampoco sabía si aguantaría hasta el día siguiente el aquel monasterio, se sentía arrepentida de no haber escogido un hotel o el departamento de su amiga para escribir y descansar. Miriam sabía que las monjas tenían un teléfono fijo al interior del monasterio y no tenían acceso a él los invitados, quería salir corriendo y tomar contacto con el mundo exterior.  

Al ingresar a la antigua iglesia refaccionada, que ahora era la casa de huéspedes, noto que la ampolleta del pasillo se encendía y apagaba, pensó, que debido a antiguas instalaciones, era algo normal. La escritora sintió una fetidez inmensa, no entendía a que se debía aquel desagradable aroma. Al abrir la puerta vio que la observaba la madre de la novicia enferma, tenía una mirada de pocas amigas, como si la escritora le hubiera ocasionado algo muy malo a esta anciana, a pesar de esto, se acercó a saludarla. La mujer cerro violentamente su cuarto, dándole con la puerta en las narices, esto molesto a Miriam y por fuera de la puerta le grito.

–¡Qué bueno tener su compañía! –dijo la escritora irónicamente-.

Miriam ingresó a su cuarto, pensó que no se sentía muy relajada para escribir y que su decisión de quedarse con las monjas, había sido muy precipitada. La escritora estaba literalmente aislada, no tenía con quien conversar y en los cuartos las monjas no permitían radio o televisión, solo una biblia y nada más. La falta de conexión a internet,  la mala señal que había en el Monasterio, lo hacían volver a décadas anteriores, dejando a sus visitantes aislados.

Estaba decidida a hablar con Camila cuando la volviera a ver, le pediría que la llevara a otro lugar, incluso a un hotel o residencia, seguro estaría mejor que acá y al menos alguien le hablaría.  Mientras intentó escribir, Miriam fue sintiendo una incomodidad que antes no había experimentado, incluso ni en su cama quería descansar, pues estaba aquel horrible crucifijo que inspiraba todo menos tranquilidad. Encendió su celular y lo cargo a la única entrada de electricidad que había, sintonizo una radio que era local y tristemente solo pasaban himnos y rancheras pero era lo que había y por último le servía como ruido ambiental.

 

CAPITULO II

Camila estaba preocupada, intento llamar a su amiga sin lograrlo y decidió comprar algunas golosinas que le llevaría al día siguiente. Temía que Miriam se sintiera sola, por otro lado se sentía un poco culpable, debió insistir que volviera con ella.

Mientras Camila salía del estacionamiento, se encontró con el jardinero del “Monasterio Santa Ana” y cuando este la vio agacho la cabeza y caminó más rápido para evadirla, como si se estuviera escapando de su presencia. Esto le pareció un poco extraño a Camila así que se animó y lo siguió en su vehículo, como lo conocía le abrió la puerta invitándolo a subir, el hombre cuando vio a Camila con el auto en marcha y la puerta abierta, se sintió un poco intimidado pero accedió ya que se ahorraría el caminar hasta su casa. Camila le preguntó cómo era trabajar de jardinero en aquel lugar, el hombre se mostró incómodo y le contestó.

–¡No me gusta hablar de las monjitas Señorita! –dijo el jardinero molesto-.

–No se preocupe, solo quiero saber si mi amiga estará bien –dijo Camila insistiendo-.

El jardinero no hablo más y Camila entendió que algo ocultaba, así que insistió ya que se trataba de su amiga quien estaba sola en ese lugar. Sabía que este hombre hacía lo posible por retirarse antes que cayera la noche, sin dudas el jardinero sabía más de lo que contaba.

–¡Don Ramiro! –dijo la joven mirando al hombre-. -¿Porque nadie va de noche al Monasterio?.

–Señorita, ese lugar no es bendito, saque a su amiga de ahí –dijo el hombre con la mirada seria-.

Camila quedó asombrada, mientras el hombre decía esto tomaba su medallita de San Benito con sus gruesas y ásperas manos. El hombre con el ceño fruncido le pidió que detuviera el vehículo, antes de bajar se dio vuelta y le dijo.

–Trabajo ahí por necesidad, pero ese lugar es malo hasta para un ateo –dijo el jardinero mirando a Camila-.

Estas últimas palabras las dijo a modo de reproche, pues sabía que la joven no acudía a misa y para ellos que habían nacido y vivido en ese ambiente religioso, era casi un pecado.

Camila pasó a su departamento por una chaqueta y decidió manejar hasta  el monasterio, seguía muy preocupada por su amiga. Era viernes y todo estaba silencioso, no andaban vehículos ni personas en la calle, como era un pequeño pueblo, casi todos estaban en su casa a esa hora.

El Monasterio Santa Ana estaba oscuro y las nubes del cielo se notaban espesas. Sin duda venía un gran temporal, los árboles se movían como si anunciaran que algo maligno estaba por ocurrir, se escuchaban los sonidos de algunas aves nocturnas, quizás anunciando el aguacero. Lejos el aullido de los perros, la escritora pensó que era normal ya que el lugar era grande y quizás habían escuchado algo que los había alertado.

Ya eran pasadas las once de la noche y el Monasterio no tenía actividad, todas dormían a esa hora, se habían apagado las luces, incluso las que alumbraban los corredores que daban a la iglesia, especialmente los dormitorios de las religiosas. Miriam aún estaba despierta y no lograba dormir, en ese momento creyó escuchar un rasguño fuera de su puerta. Cuando se acercó  a mirar no había nada excepto oscuridad.

Miriam comenzó a sentir una desagradable sensación en el estómago, no sabía con exactitud cuál era su origen, suponía que era ansiedad. En ese momento, noto que el llavero de la puerta, tenía grabada en la madera el nombre de un santo, era el de San Gregorio, lo extraño es que ahora este objeto estaba horizontal y formaba una perfecta cruz. Parecía que  algún poder sobrenatural lo hubiera movido, haciendo una burla del sagrado lugar. La escritora respiro profundamente para recobrar la tranquilidad en aquel silencio brutal. Al parecer esa noche no sería de paz, pues  escucho un horrible y desgarrador grito, casi humano, aquel espeluznante sonido venía de lo más profundo del monasterio. Pero que podría estar pasando, pensó que aquel  ruido venía de algún fundo cercano.

La escritora seguía literalmente encerrada, sus pensamientos fueron interrumpidos por los truenos que comenzaron a escucharse, ellos anunciaban un gran aguacero y por un momento Miriam creyó que la calma llegaría para finalmente descansar.

La escritora no se había sacado la ropa, ni siquiera los zapatos. Quizás no se sentía cómoda y sabía en lo más profundo de su ser, que quería salir de aquel lugar. El maldito citófono no sonaba, nadie la llamaba para decirle que había pasado, quería una explicación de lo que había escuchado, pero todo seguía en silencio.

Miriam  escuchó las conversaciones que venían de la habitación contigua, miró por la pequeña rendija y vio que junto a su amargada vecina había  una monja, mientras le hablaba se persignaba, luego vio salir a las mujeres hacia  el Monasterio. Miriam no entendía esto y sintió que debía tratarse de algo muy grave para que un huésped fuera a esa hora hacia el interior del Monasterio junto a una religiosa, situación que estaba prohibida.

Se preguntaba  porque a ella nadie le había dicho nada, ni menos la habían venido a buscar, sería entonces que aquel grito espeluznante que había escuchado venía del monasterio o quizás entraron delincuentes a asaltar  a las religiosas. Pero recordó que la mujer le había comentado que su hija novicia estaba enferma, quizás se trataba de eso. Miriam, sabía que esa noche no podría dormir y a pesar de la fuerte lluvia decidió que saldría a ver lo sucedido, pues ya no soportaba la angustia y la falta de información.

Miriam comenzó a caminar hacia la entrada del monasterio, sintió un frío atroz que le congelaba el cuerpo, poco se veía del camino aunque a lo lejos se alumbraban algunas luces del gran corredor, la lluvia parecía agua con nieve  el frío era tremendo. Perdió de  vista a las dos mujeres que le antecedían y eso la aterró más, pues sabía que las monjas lo que más le habían advertido era que jamás saliera de noche, ya que estaba muy solo y los perros se iban lejos a cuidar, entendió que ahora estaba completamente sola y sin la cercanía de aquellas dos mujeres a quienes había seguido, al recordar que ni el jardinero se encontraba a esas horas, más angustia fue sintiendo mientras caminaba.

Miriam creyó divisar luces en la entrada de vehículos, alguien  parecía hacer señales, no entendía muy bien que ocurría pues a esa hora nadie debería ingresar, fue ahí que vio acercase el jeep de Camila. Miriam no podía estar más feliz,  se dio cuenta que nunca  debió haberse quedado en aquel lugar. Las dos amigas se abrazaron con alegría, Miriam le contó a Camila lo que pasó en su cuarto y lo que vio con esa monja y la anciana, le contó que había escuchado  rasguños y que vio el llavero formando una perfecta cruz. Casi no paraba de hablarle, finalmente la miró y abrazándola, le dijo que no quería pasar la noche en aquel lugar. Camila la escucho atentamente y recordando las palabras del jardinero, estuvo de acuerdo que deberían salir del  lóbrego y terrorífico monasterio, sentía que era todo menos santo.

Comenzaron a caminar hacia el cuarto de Miriam y vieron que las luces del gran corredor comenzaban a parpadear, les llamó la atención pero decidieron avanzar. Las dos se impresionaron al ver  correr hacia ellas a los furiosos perros, Camila y Miriam comenzaron a correr, trataron de entrar por el comedor pero estaba cerrado, así que fueron hacia la Iglesia. Detrás de ellas aquellas bestias se acercaban, alcanzaron a ingresar a la iglesia y vieron que los perros tenían los  ojos completamente negros como si no fueran de este mundo. Las amigas, sabían que por ese lugar no podrían volver al dormitorio para sacar sus bolsos, aquellos animales parecían hienas acechando. Estaban literalmente encerradas en la iglesia, Camila cuando se ponía nerviosa hacía bromas, así que miró a Miriam que permanecía en silencio diciéndole.

–¡Si no es por esos perros no entro a esta iglesia! –dijo la asustada Camila-.

Miriam la miró y le dijo que había un modo de salir y era por el interior del Monasterio, por las habitaciones de las religiosas. Pasaron la pequeña puerta de madera de forma ovalada y de inmediato sintieron un hedor espantoso, todo estaba oscuro y avanzaron por un pasillo, este llevaba hacia los dormitorios de las enclaustradas. Pero no había nadie ni una sola alma, las camas estaban vacías y las religiosas no estaban ahí, donde podrían estar a esas horas si se levantaban tan temprano. Miriam tomó la mano a su amiga esperando lo peor, estaban aterradas y no sabían que pasaba, tampoco veían a la anciana y la monja que habían salido antes que Miriam.

Las amigas escucharon conversaciones y groserías que venían del final del pasillo, entendieron que alguien discutía, la luz de un ventanal alumbró el piso y vieron un objeto metálico tirado, Miriam lo reconoció de inmediato, era la cruz de la anciana, la que llevaba en su pecho sobre su horrible blusa. Finalmente llegaron a una gran puerta de madera que estaba parcialmente abierta,  desde adentro las oraciones intercaladas por maldiciones eran mucho más claras, todo era siniestro en aquel lugar, aun así ingresaron.

Camila soltó de la mano a su amiga y casi desplomándose observaba el espectáculo que tenía ante sus ojos. Habían tres religiosas en un rincón de la sala, se veían aterradas aun así oraban una oración que no reconocían. Al centro del cuarto estaba la madre superiora junto a un anciano sacerdote, este  lanzaba algo líquido de un objeto metálico a una joven mujer que estaba parcialmente acostada en una camilla de hospital, tenía conectado un catéter en su brazo que por medio de una manguera recibía suero o algo así. La apariencia de aquella mujer, era de una persona baja de peso, sus pies estaban amarrados, su cabello desordenado y llevaba una bata blanca sucia con manchas amarillas al parecer de orina, a pesar de su fragilidad  se movía dramáticamente. Las amigas al ver a la mujer, sintieron que se trataba de alguna persona enferma o con esquizofrenia, sin embargo no tenía la mirada perdida más bien su mirada mostraba odio y desprecio, creyeron ver sus ojos muy negros como los de aquellas bestias que las habían atacado. En el piso del cuarto estaba tirado el cuerpo de la anciana, tenía su cuello destrozado.

Miriam gritó fuertemente como si quisiera en su mente encontrar alivio a un espectáculo dantesco e infernal

–¡¿Que hacen por Dios?! –dijo Miriam con expresión de horror-.

Parecía ser un ritual, aquella joven novicia recobraba fuerzas, la madre superiora no lograba contenerla y el sacerdote les grito que salieran del lugar. Pero Camila quien era muy escéptica, pensaba que todo obedecía al trato denigrante e ignorante hacia una  enferma, llegó a sentir  lástima por aquella mujer. Ya era demasiado tarde incluso para aquel sentimiento de piedad que las amigas tuvieron por la novicia, pues esta había logrado soltarse de sus amarras. Sus negros ojos comenzaron a mirar fijamente a su alrededor a cada uno de los que estaban en el cuarto, como si quisiera escudriñar el corazón de sus observadores y conocer cada uno de sus pecados. De pronto su mirada se posó en la desdichada Camila, quien a esas alturas lamentaba no haber aprendido alguna oración o algo así, aquella mujer con el rostro repleto de maldad y agresividad, se dirigió a Camila diciéndole

–¡¿Así que entraste a la iglesia?!  -dijo aquella mujer mirando a Camila-.

–¡No soy una enferma ni una pobre novicia! ¿O creen lo contrario? –dijo la novicia-.

Miriam quedó impresionada al escuchar las palabras de aquella entidad, como esta novicia demente podía saber lo que su amiga tenía en su corazón. Las novicias intentaron correr y la puerta se cerró por completo sin que nadie la tocara, el golpe fue tan fuerte que voto la imagen de San Benito que colgaba de la pared, la madre superiora trató de calmarlas, se quedó junto a ellas algunas comenzaban a tiritar y llorar. El sacerdote volvió a ponerse frente a aquella escudriñadora entidad y con más fuerza intentó continuar, pero fue inútil. Todos vieron como tomo al esbelto hombre desde el cuello, aún amarrada parcialmente a aquellas mangueras, lo levantó lanzándolo contra un mueble. Se sintió un fuerte golpe, los gritos de las novicias comenzaron a invadir el lugar y Camila estaba sin reaccionar, Miriam vio que aquella monstruosa novicia se aproximaba de un modo extraño y antinatural al cadáver que yacía tirado, se acercó al cuerpo y por un momento pensaron que quizás al ver a su madre muerta se calmaría, al contrario su reacción fue brutal le comenzó a gritar.

–¡Me obligaste a ser una novicia! y tu sangre no sirve de nada –dijo la novicia a la anciana muerta-.

Aquel demonio levantó el cadáver con una de sus manos, con una fuerza que no era de este mundo, con sus hábitos ya sucios, empapados en sangre, comenzó a lamer la sangre de la muerta y  luego de su sucia boca salió algo parecido a una oración. En ese momento la madre superiora lanzó un grito horrorizada, diciendo que aquel demonio estaba orando al revés, los sonidos que emitía aquella aberración, ya no eran humanos ni entendibles para Camila y Miriam. La despiadada aberración se lanzó contra la madre superiora ahorcándola con las mangueras de su catéter, nadie pudo reaccionar a tiempo, las novicias estaban acorraladas y gritaban desesperadas, sabían que el demonio las mataría como lo había hecho con su líder, solo esperaban un final violento y maligno. El anciano sacerdote miró a Miriam y haciendo un último esfuerzo tomó su biblia, abrió una página y se la entregó a la escritora. Miriam no sabía orar, aun así, recibió aquel libro de las manos del sacerdote que se notaba agotado, entendió que deberían ayudarlo para salir de aquel infierno.

El sacerdote retomó la oración mientras le seguían las dos amigas, pero fueron interrumpidas por la voz de aquella entidad infernal

–¡¿Aún no muere el curita?!  –dijo la abominación mientras se reía-.

Camila movía la cabeza, como si aquella diabólica pesadilla no estuviera ocurriendo, las dos amigas oraron como nunca jamás lo hicieron, como no sabían hacerlo. Mientras el sacerdote afirmándose en el piso comenzó con más fuerza a increpar a la entidad y aquel demonio comenzó a berrear como si fuera un animal, como si se tratara de un toro bramando o algo así. Cuando el sacerdote se detenía por el cansancio,  aquel demonio volvía con más fuerza.

Fue ahí que giró bruscamente y se mostró ante las dos amigas mirándolas de frente, el sacerdote les gritó que no la miraran a los ojos. Las amigas vieron como levantaba el soporte del suero para lanzarlo contra ellas, por algún hecho providencial quedó enredada su bata contra el objeto, cayendo al suelo bruscamente. Ya era tarde para Camila, pues esta lo miraba fijamente como si en los ojos de aquella entidad viera su propia miseria y muerte.

Miriam en un acto reflejo y repleta de ese valor que dan las situaciones límites se lanzó contra el ser, Camila no la alcanzó a sujetar pues estaba en shock. La escritora trataba de sujetar a la novicia con las mangueras del suero, pero se veía superada por la fuerza atroz del ser infernal. Las novicias aterradas no hacían nada para ayudarla, entonces les gritó a las jóvenes monjas

–¡Hagan algo ustedes! ¡No se queden mirando! –dijo Miriam, gritándoles a las monjas-.

Las mujeres con sus hábitos sujetaron a la aberración llevando sus rostros hacia atrás para no mirarle de frente. Miriam trataba de contenerla y amarrarla, pero en ese momento la endemoniada giro la cabeza con tal agilidad que logro atrapar el brazo de una novicia mordiéndola gravemente, luego lanzó el pedazo de carne que arrancó de su víctima, tenía la boca ensangrentada y riéndose les gritaba y escupía. El sacerdote seguía orando afirmándose para no caer.

Miriam desesperada al notar que las novicias soltaban al ser infernal, tomo el sujetador del suero y con él golpeó las manos de la endemoniada, obligando a soltar a las novicias. El sacerdote les pidió que amarraran al ser infernal, pues una de las monjas tenía su brazo despedazado y deberían sacarla del lugar, en ese momento aquel demonio les comenzó a gritar

–¡Miriam solo golpeaste a la monja! ¡¿La quieres matar o salvar?!  -decía la novicia a la escritora-.

El sacerdote le dijo a Miriam que no escuchara y tomando nuevamente el libro de oración siguieron con el ritual. Las luces se apagaron, las ampolletas reventaron, de pronto no la vieron más, todo quedo en silencio, no estaba en la camilla no se veía en la sala.

Las amigas sintieron tras ellas una respiración un hedor y ahí estaba la novicia mirándolas con aquellos ojos infernales riéndose en sus espaldas, con su boca empapada en la sangre de su víctima. El sacerdote sacó un frasco y lanzó algo líquido sobre aquel ser infernal y parcialmente retrocedió, aquel demonio se había soltado, escupía, gruñía. Miriam fue tomada por el cuello y lanzada al otro extremo de la habitación, sintió el dolor y un temor a morir que jamás había experimentado antes, no podía moverse mientras aquella horrible bestia venía hacia ella, con una bata sucia en sangre y orines, supo que sería su final.

Los horrible gritos la volvieron a despertar, trataba de incorporarse y sus ojos vieron una escena perversa y aterradora, pues las tres novicias saltaron encima de la entidad golpeándola con lo que tenían a mano una de ellas con el fierro que sujetaba el suero, eran gritos y llantos contra aquel demonio, mientras la posesa comenzaba a perder la fuerza empapada en sangre, su rostro completamente desfigurado, creyó ver los ojos de las novicias tan negros como la noche y en un rincón acurrucada y con la mirada perdida a su querida amiga Camila.

Por Andrea Ríos 

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