Escuché fuertes gritos que venían desde el sótano, me habían advertido no bajar a aquel lugar, pero aquel sonido desgarrador sin duda me hizo pensar que se trataba de otra víctima. Hubo un silencio que no parecía alejar la fatalidad inminente, me aproximé a la puerta y vi que estaba entreabierta. Había una mujer joven y herida, tirada en el piso del cuarto, tenía los pies y manos amarrados. El vientre y su rostro estaban contra el suelo, su espalda estaba arqueada y parecía haber sido golpeada brutalmente en la cabeza. No pude contener mi asombro y olvidándome del peligro corrí hacia la víctima, pero esto alertó al homicida. Cuando logré entreabrir mis ojos, sentí un fuerte dolor, no pude sacar mi arma pues tenía las manos atadas, comencé a sentir la tibieza de mi sangre corriendo por mi cuello. La joven tenía arqueada de un modo dramático su columna y a pesar que no hablaba, ya que, la habían amordazado, gemía de dolor con ojos suplicantes. De pronto se acercó un hombre de unos cuarenta y seis años de edad y se sentó frente a mí en completo silencio. Tenía el cabello negro amarrado en la parte baja de la nuca, sus canas eran inminentes, dejando ver su precoz calvicie, la sucia camisa blanca que llevaba estaba con sangre, una nariz prominente y ancha endurecían aún más su rostro. Mi cuerpo amarrado comenzó a temblar, hubiera preferido que aquella bestia mutilara mis ojos, a tener que presenciar aquella escena diabólica que me llevaría a la locura. Pero el maldito, con el ceño fruncido y emitiendo sonidos no humanos, comenzó a vomitar viles oscuras que disolvían el piso, algo que jamás había visto. Luego puso sus rodillas en la espina dorsal de su víctima y comenzó a ajustar aún más las cuerdas de esta, mientras presionaba con más fuerza hacia abajo. Comencé a arrastrarme con esfuerzo por el piso ensangrentado, suplique que la soltara que solo sería considerado secuestro y no homicidio. Pero aquel demonio no escuchaba y fue macabro aquel sonido de rompimiento, mientras tanto, aquel demonio regurgitaba sobre la espalda de la joven aquel viscoso líquido. Había visto demasiado y sentí que todo terminaría, pero en ese momento, aquel ser arrancó violentamente la espina dorsal del cuerpo aún tibio. Un hedor a sangre y muerte me acompañaron mientras la entidad mirándome engullía su trofeo.
Por ANDREA RÍOS